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Esculturas emblemáticas renuevan la relación entre la ciudad y su naturaleza

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En rotondas, avenidas y espacios comerciales de Guayaquil, cuatro esculturas revestidas de cerámica y cemento rinden homenaje a la flora y fauna porteña. Creaciones del escultor Juan Sánchez Andrade, oriundo de Cotacachi, el Papagayo, el Mono Machín, la Iguana y la Orquídea se han convertido en verdaderos hitos urbanos que invitan a reconectarse con la naturaleza que identifica a la ciudad.

 

Conductores y peatones suelen detenerse para fotografiarlas, cumpliendo así su papel como referentes visuales y cotidianos. Su presencia transforma la experiencia urbana en un recorrido artístico que combina identidad, color y reflexión ambiental.

 

En la avenida Benjamín Carrión, el Papagayo con su plumaje de cerámica como un vigilante multicolor del tránsito. Su silueta, visible a la distancia, convierte la rutina en espectáculo y recuerda que la fauna autóctona también merece un lugar en la ciudad. Su escala monumental y su piel de mosaico son un homenaje a la fragilidad de la naturaleza y a la resiliencia colectiva que caracteriza a los guayaquileños.

 

El Mono Machín, suspendido entre tallos en el túnel del Cerro del Carmen, es visible desde la calle Juan Javier Marcos hacia Boyacá. Su pose lúdica rompe la monotonía del tráfico y arranca sonrisas a quienes transitan por el lugar. Esta escultura alude a la fauna que alguna vez habitó los cerros y a la picardía guayaquileña; su gesto juguetón refuerza el orgullo local y evoca los ecosistemas que aún sobreviven cerca de la urbe.

 

En Aventura Plaza, sobre la avenida Las Monjas, sector de Urdesa, la Iguana despliega su textura escamosa a través de fragmentos de cerámica que se integran al paisaje comercial y residencial. Punto de encuentro para fotos familiares, recorridos escolares y paseos cotidianos, convierte el entorno urbano en un museo viviente donde la observación casual se transforma en aprendizaje. Este reptil, símbolo de adaptación, recuerda la capacidad de convivir con el calor de la ciudad y de fundirse entre lo natural y lo construido.

 

Visible desde la avenida Francisco de Orellana, la Orquídea florece entre el tránsito como una pausa visual. En el barrio que lleva su nombre, su silueta elegante invita a detenerse, respirar y reconocer la belleza cotidiana. Es un faro de identidad que transmite diversidad, cuidado ecológico y orgullo por lo propio.

 

El mantenimiento estas esculturas está a cargo de la Empresa Pública Parques EP del Municipio de Guayaquil, que garantiza su conservación y atractivo como parte del patrimonio urbano. Más que obras decorativas, estas esculturas son fragmentos de una historia viva: recuerdan que la identidad porteña se construye también con naturaleza, arte y memoria. En cada trayecto, invitan a detenerse, mirar distinto y celebrar la vida que aún habita en la ciudad.

 

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